Vida reactiva o vida creativa J.- “IRRACIONA”
- Alejandro Martín (Extracto del libro. Créate. Da
- Oct 26, 2018
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Las soluciones definitivas a los problemas son racionales; el proceso de encontrarlas no lo es. William Gordon

A través de los sentidos, has llegado a sumergirte en silos profundos, donde quizás hayas descubierto o comenzado a intuir fenómenos sorprendentes.Podemos comparar al cerebro con una radio que emite y recibe frecuencias. A través de los sentidos, captamos del exterior una gran cantidad de estímulos...Los cuales son filtrados y procesados, en función del material que tenemos previamente guardado en el almacén de nuestra memoria. A su vez, el cerebro emite ondas al exterior. Y es en los descansos, tanto activos como profundos, cuando las galerías más oscuras se iluminan.Otras vías y pasadizos conectan a su vez, estas remotas profundidades con el mundo exterior, a través de las galerías de las emociones. Todas ellas, incluso las más desagradables, pueden ser aprovechadas en nuestro beneficio. Sin embargo, el sentido del humor y la risa como expresión externa, son vías especialmente útiles para trabajar la alquimia de nuestras emociones y conseguir ponerlas al servicio de nuestro bienestar, desarrollo y creación personal. Es el momento de hacer un descanso en el Oasis del Recreo. Ya vendrán otros momentos de duro trabajo... ¡Disfrútalo!
El papel de la incubación.
Quizás, hayas recurrido en alguna ocasión a “consultar con la almohada”. Numerosos científicos, investigadores y artistas informan que sus mejores ideas han surgido en un momento en el que estaban desconectados del trabajo, bien paseando, descansando o durmiendo.
El más conocido es el caso del sabio griego Arquímedes, quien cuando reposaba en la bañera, contempló como el agua se desbordaba por la acción de su propio cuerpo, encontrando la fórmula para adivinar la pureza del metal contenida en una aleación. De ahí que gritara aquel famoso “eureka”, exclamación que se ha convertido en la expresión clásica para ilustrar el momento de la «iluminación».
Pero, ¿qué grado de veracidad hay en todo ello?, ¿se esconde algo realmente sólido detrás de la almohada o es puro mito? Aunque como en la mayoría de estos debates, hay opiniones encontradas, los principales estudiosos del proceso de la creación, coinciden en reconocer la importancia del papel de la incubación.
En 1926, Graham Wallas, describió el proceso creativo de forma global, diferenciando cuatro etapas sucesivas: preparación, incubación, iluminación y verificación. Se basó en las experiencias del matemático Henry Poincaré, quien relató cómo había llegado a efectuar el descubrimiento de las funciones fuchsianas.
Fases en el proceso creativo.
1.- Preparación: constituye el trabajo preliminar. En esta etapa se recaba la información. Incluye la clarificación y definición del problema, la consideración de las exigencias del mismo para una buena solución y la recogida y análisis de los datos relevantes. La persona creadora efectúa toda esta labor previa con gran riqueza: piensa con toda libertad, colecciona, busca, escucha sugerencias y deja vagabundear su espíritu.
2.- Incubación: es el período en el que el problema es relegado, el sujeto se ocupa de otras actividades o descansa. Sin embargo, de una forma no consciente continúa la actividad mental que trata de organizar el material y ponerlo en relación de estructuras más amplias de significados. La duración de este proceso puede ser corta (al "echar una cabezada" o dar un paseo) o por el contrario, extenderse por un período largo de tiempo.
3.- Iluminación: tras ese período, puede aparecer el encendido súbito de la bombilla. Momento feliz, casi mágico, al cual múltiples sabios, inventores y artistas atribuyen sus logros o descubrimientos más geniales: la respuesta aparece de repente, hay un período breve de "clarividencia", en el cual se producen a su vez asociaciones y elaboraciones múltiples.
La explicación del porqué surge este estado de iluminación después de la incubación, tal vez resida en el hecho de que al dejar de trabajar en el problema, el pensamiento se libera del análisis lógico, produciendo desbloqueo y descondicionamiento frente a las interferencias o sobre saturación estimular.
4.- Verificación: constituye la fase final del proceso, en la que se comprueba la solución. Se evalúa la utilidad temporal del objeto o proceso de creación.

Uno de los ejemplos más famosos fue el descubrimiento de la estructura anular del benceno, debido a F. A. von Kekulé. Este anillo está constituido por seis átomos de carbono, los cuales ocupan los vértices de un hexágono, estando unidos cada uno de ellos con los próximos. Kekulé relata cómo llegó a este descubrimiento en un sueño, tras haber estado trabajando en el problema:[1]
«Volví mi butaca hacia el fuego y me adormecí. De nuevo, los átomos caracoleaban y danzaban ante mis ojos. Esta vez, los grupos atómicos más pequeños se mantenían, modestamente, en segundo plano. El ojo de mi mente, al que repetidas visiones de esta naturaleza habían dado mayor agudeza, era capaz de distinguir ahora estructuras mayores, de múltiples configuraciones: largas hileras, a veces más íntimamente ceñidas unas a otras; todas ellas, enroscadas y entretejidas entre sí, serpeando a modo de culebras. Mas, ¡atención! ¿Qué es esto? Una de las culebras se había mordido su propia cola y la figura que formaba giraba sobre sí misma, burlonamente, ante mis ojos. Como por el chispazo de un relámpago me desperté».
Durante el sueño, el cerebro sigue trabajando.
Algunos investigadores, como Robert W. Weisberg, han puesto en cuestión que estas revelaciones se produzcan realmente cuando se está completamente dormido. Tal vez se den con más frecuencia cuando estamos en un estado de relajación profunda, pero en el que de alguna forma, continuamos conectados al problema.
Sin embargo, múltiples investigaciones han demostrado que cuando descansamos e incluso dormimos, nuestro cerebro puede seguir trabajando. [2]
“Ondas alfa”.
De forma resumida, podemos decir que nuestro cerebro funciona mediante impulsos bio-químico-eléctricos. Esto posibilita que desde el interior de éste se emitan una serie de ondas electromagnéticas, las cuales fueron descubiertas poco después de la segunda guerra mundial por el psiquiatra alemán Hans Berger. Cada tipo de onda produce un estado neurológico y psicológico diferente, ya que son vertidas diferentes substancias neuroquímicas y hormonales al conducto sanguíneo. La presencia de dichas substancias interacciona con nuestro estado de ánimo predominante, produciendo así las sensaciones y reacciones finales. Aunque las primeras en descubrirse fueron las ondas Alfa y Zeta, más tarde fueron descubiertas otras tres. Veamos ahora aquellas que actúan en estado de vigilia.
A) Gamma: tienen una frecuencia de 30 a 40 ciclos por segundo. Son las propias de estados de agitación profunda y ansiedad desbordada.
B) Beta: en la mayor parte de nuestros estados de vigilia, funcionamos en esta frecuencia; entre 14 y 30 ciclos.
C) En el estado alfa entramos cuando el cerebro funciona entre los 7,5 a 14 c/sg. Nos encontramos entonces, en la frontera de lo consciente y lo inconsciente. Por lo tanto, aún manteniendo la conciencia, tenemos acceso a cierto material, guardado en los estratos más bajos de ésta. Podemos aprovechar estos momentos para sacar el “agua del pozo”. Sentimos bienestar, paz interior y relajación profunda. También somos más receptivos y vulnerables a la sugestión, al tener más relajados los mecanismos de la razón y el juicio.
Si lo utilizamos de forma inteligente, podemos mediante la autosugestión, "programarnos" mentalmente aquello que deseamos conseguir. En un amplio espectro: mejora de la memoria, el rendimiento intelectual y la creatividad, mayor tranquilidad y manejo del estrés, además de otras importantes mejoras en el plano fisiológico (mejora del sistema inmunológico), físico (por ejemplo, en el deporte) o afectivo (mejor estado de ánimo, mejora de las relaciones interpersonales y de la actividad sexual).
Desde la emoción a la creación.
La actividad creadora no es sólo el resultado de un determinado modo de pensar, sino que constituye una expresión de nuestra personalidad plena. Y el plano afectivo juega un papel al menos tan importante como el intelectual.
Podemos decir que las emociones[3] constituyen una capa intermedia entre nuestras vivencias y experiencias y la elaboración racional que hacemos de las mismas.
Son anteriores al pensamiento racional y han tenido un papel clave en la supervivencia de nuestra especie. La fisiología y neurobiología modernas, han demostrado que existen múltiples y directas conexiones neuronales entre las partes del cerebro más instintivas y emocionales y el neocórtex o la parte más actual de nuestro cerebro.
La mayor parte de nuestras emociones tienen o han tenido un carácter funcional y pueden asimismo, ser canalizadas hacia el plano creador. Incluidas aquellas que consideramos destructivas, que nos hacen sufrir o de alguna forma nos producen perjuicio a nosotros mismos o a nuestros semejantes: ansiedad, ira, angustia, tristeza…
Las emociones negativas.
Son las emociones más arcaicas (miedo, ira, asco, tristeza, etc.) y han ido asociadas a respuestas específicas útiles para la supervivencia.
Así, ante la percepción de una amenaza a la que no se puede hacer frente, el organismo puede reaccionar con una activación bioquímica y neurofisiológica que facilite la huida. Aumenta la tasa cardiaca, el corazón bombea más sangre a las piernas...
Lo mismo podría decirse de otras respuestas como la agresión, la inhibición, etc. El problema es que la mayor parte de las amenazas o los problemas que tenemos que hacer frente hoy en día, exigen otro tipo de respuestas más racionales y menos intensas. Y el exceso de carga emocional en muchas ocasiones no sólo no ayuda a la resolución eficiente, sino que puede generar un malestar de carácter más o menos permanente cuando la intensidad, frecuencia y duración excede a lo requerido por la situación.
En todo caso, cuando por alguna razón nos vemos inmersos en estos estados, tenemos varias opciones para librarnos de ellos y evitar su malestar. Algunas tan pintorescas como esta que acabo de escuchar en la radio: parece que está teniendo éxito una “actividad deportiva” consistente en destrozar determinados aparatos y objetos a mazazos. Los participantes aseguran que así logran descargar adrenalina y sentirse mejor. No está mal. Puede ser divertido. Y hay que reconocer la imaginación de los que han conseguido hacer negocio con semejante propuesta.
Hay sin embargo, otras alternativas que se basan no en la destrucción, sino en la construcción. En efecto, podemos intentar aplicar esas emociones, por muy negativas e intensas que sean, a la producción creadora como si fueran nuestro material de construcción. Es una sana forma de exorcizar dichas emociones, la cual, como señalábamos en la introducción, ha sido empleada por una pléyade de artistas y genios creadores, quines han logrado encauzar su malestar, transformándolo en obras de arte de gran belleza y valor. Y consiguiendo al mismo tiempo, mantener un cierto equilibrio psíquico.
El escritor Truman Capote describía así este proceso: «Lo que sucede en la infancia del artista en potencia (nunca comprendí el término “persona creadora”, pues todo el mundo es creador) es algo similar a lo que ocurre en la ostra que contiene una perla. Un grano de arena extraño invade la ostra, y una vez allí irrita a su ocupante y lo incomoda hasta que se produce una perla. El talento y también el genio son como ese grano de arena moviéndose en el espíritu creador: algo atormentadoramente valioso».
Emociones positivas.
Mientras que las emociones negativas están relacionadas con la supervivencia inmediata, las emociones positivas tendrían un papel más a largo plazo, pero no menos importante: las relacionadas con el desarrollo personal y la cohesión social. Tal y como señalan Malatesta y Wilson, (1998), mientras las negativas propician formas de pensar que reducen el rango de respuestas posibles, las segundas propician formas de pensar más amplias. Es decir: cuando no existe el riesgo o la amenaza inmediata, podemos experimentar nuevas respuestas y estrategias. Esto se lleva a cabo habitualmente a través del juego y de las situaciones de interacción social, por lo que este entrenamiento será valioso para la mejora de los resultados futuros. Podemos resumir diciendo que mientras las emociones negativas trabajan lo urgente, las positivas lo hacen con lo importante. Las primeras son útiles a corto plazo. Las segundas, llevan a la evolución y mejora en el medio y largo plazo.
Por lo tanto, no es extraño que las emociones positivas mejoren la forma de pensar, al proporcionar una forma de organización cognitiva más abierta, flexible y compleja, la cual permite integrar distintos tipos de información, todo lo cual favorece la creatividad y la toma de decisiones más acertadas.[4]
Descendiendo al cráter del volcán.
Según R. Wessler y R. L. Wessler experimentamos unos sentimientos con mayor frecuencia que otros, tendiendo a buscar estados afectivos que nos recuerdan a los vividos en nuestra infancia, principalmente en nuestras relaciones familiares. A menudo sin conocimiento consciente, perseguimos la seguridad que nos ofrecen estos afectos, impidiéndonos experimentar otros estados emocionales. Existiría una especie de punto fijo de nuestros afectos que actuaría regulando las experiencias emocionales, de tal forma que cuando éstas se desvían de un determinado rango, comienza a generarse un proceso que empuja a volver a aquellas “emociones centrales”; es decir, aquellas que nos son más familiares.
Podemos trabajar para contraponer esta “fuerza centrípeta” para conquistar e incorporar nuevas tonalidades afectivas, lo cual nos enriquecerá en diferentes planos de nuestra vida. Y especialmente, en la dimensión creadora.
Cuando cambiamos bruscamente de estado emocional, introducimos unos desajustes que se trasmiten a aquello que estamos haciendo o pensando. Por ejemplo, si en un ataque de ira, tengo la idea de hacer algo que creo que no debo, probablemente reprima mi conducta. Como sucede en los movimientos sísmicos, se producen sucesivos movimientos de ajuste y reajuste. Al cambiar estos planos emocionales, pueden salir a la luz o aparecer a la superficie pensamientos, sensaciones o sentimientos que estaban flotando en el subconsciente y que tal vez, teníamos encerrados bajo llave. Lo importante es hacer conscientes los estados de ánimo, reconocerlos y a partir de ahí, poderlos controlar. Bien para dominarlos y sustituirlos por otros. Bien para estrujarlos y hacer que generen algo positivo. Para lograr este control, podemos inducirnos determinados estados emocionales. Por ejemplo, auto exponiéndonos a estímulos que normalmente nos provocan diferentes reacciones.
[1] En Weisberg, R.W. (1986). Creatividad: el genio y otros mitos. Barcelona, Labor, 1987).
[2] Por ejemplo, Pierre Marquet y Perrine Ruby de la Universidad de Lieja, como resultado de sus investigaciones concluyen que aquellos sujetos a los que se habían suministrado previamente una tarea y más tarde se les había concedido un período de descanso, obtenían mejores resultados. «Parece haberse reorganizado durante el sueño, que eventualmente les ha llevado a ser conscientes del método oculto a la mañana siguiente». Otros experimentos, como los realizados por Ullrich Wagner, de la Universidad de Lübeck, apuntan en esta línea, al encontrar que en la resolución de un problema matemático, el dormir conociendo previamente el problema, duplicaba la probabilidad de encontrar la solución.
[3] En la literatura divulgativa, se hace referencia a los afectos como emociones. Por ello, a partir de ahora nos vamos a servir de esta denominación como sinónimo de afectos. Sin embargo, queremos aclarar que no son exactamente lo mismo, sino que el concepto afectividad es más genérico.
Podemos diferenciar tres tipos de afectos, en función de la relación que guardan con el plano racional:
las pasiones desbordan cualquier intento de racionalización, las emociones están subordinadas a los aspectos cognitivos. Y finalmente, los sentimientos están en sintonía con la razón.
[4] En apoyo de esta tesis, María Luisa Vecina cita los trabajos de diferentes autores: Derryberry y Tucker, 1994; Isen, 1987, 1990, 2000; Isen y Daubman, 1984; Isen, Daubman y Nowicki, 1987; Isen, Johnson, Mertz y Robinson, 1985; Isen, Niedenthal y Cantor, 1992; Isen, Roenzweig y Young, 1991. Carnevale y Isen, 1986; Isen, 1993; Isen, Nygren y Ashby, 1988; Lyubomirsky, King y Diener, 2005.
(Vecina, M. L. (2006) «Emociones positivas». Papeles del psicólogo, vol. 27(1), pp.9-17.)